Contemplar las ruinas de Machu Picchu desde la Casa del Guardián con las primeras luces del día, cuando la niebla empieza a despejarse, o al caer la tarde, bajo un cielo azul, es una de las experiencias más fascinantes del mundo. La vista deja un recuerdo imborrable. Las ruinas se extienden por el collado que une el Machu Picchu con el Wayna Picchu (vieja y nueva cima en quechua). A los lados las terrazas de cultivo permiten salvar un abrupto desnivel hasta que la ladera cae en picado hacia el valle. Abajo el meandro del río Urubamba rodea casi completamente la ciudad. Por todas partes una frondosa selva que asciende por las enormes y empinadas montañas que llenan el paisaje. Un espectáculo único. Uno de los lugares que ver antes de morir.
Machu Picchu está rodeada de misterios. Los arqueólogos sólo están de acuerdo en que debió ser construida en tiempos del inca Pachacútec, es decir, entre 1438 y 1450. El problema fundamental es ¿con qué fin se edificó esta ciudad? Las teorías son de lo más variado. Unos creen que era un centro religioso dedicado al dios Sol, otros que era una fortaleza para proteger Cuzco de los pueblos amazónicos, algunos se decantan por pensar que era el último refugio para las vírgenes del sol consagradas al emperador (una especie de enorme “Palacio de las Mil y Una Noches” o la versión antigua y sofisticada de un club de alterne para la aristocracia), hay quien opina que era una ciudad real construida para el emperador y su familia (una especie de segunda residencia real) y, por último, los más prosaicos opinan que era un gran centro agrícola para alimentar a la capital.
Si la razón de su construcción no está nada clara, más oscuro es el motivo de su abandono. Todo apunta a que la ciudad fue abandonada antes de la llegada de los españoles pero ¿por qué? Otra vez hay todo tipo de teorías que van desde una epidemia hasta ataques de tribus amazónicas o secretos vinculados a la realeza. La cuestión también sigue sin resolverse. Y claro, el halo de misterio sobre la maravillosa ciudadela ubicada en un lugar onírico sigue creciendo.
Machu Picchu es una meta irrenunciable para cualquier viajero que quiera visitar Perú. El número de visitantes a las ruinas se ha limitado a instancias de la UNESCO, dada la amenaza real para la conservación de uno de los monumentos más emblemáticos de entre los que han alcanzado el rango de Patrimonio Mundial. Así que planificar la visita a Machu Picchu puede llegar a condicionar el resto del viaje si no queremos perdérnosla. En los siguientes 5 pasos está todo lo que debe hacerse para asegurar la visita más cómoda a las ruinas.
1. Reservar la Entrada: Lo mejor es reservar directamente en la página oficial del gobierno del Perú: www.machupicchu.gob.pe. Las entradas tienen una hora determinada de ingreso (desde las 6 de la mañana en el primer turno hasta las 2 de la tarde en el último turno) y teóricamente sólo se puede permanecer en las ruinas un máximo de 4 horas (en la práctica el tiempo puede ser mayor aunque hay que tener en cuenta que el recorrido por las ruinas es en un solo sentido). Los cupos son limitados a entre 550 y 700 personas por hora para la ciudadela y de 100 personas en cada uno de los dos turnos existentes (a primera hora de la mañana) para subir a las cimas de Wayna y Machu Picchu. El precio por persona es de 152 soles para la visita a la ciudadela y de 200 soles en la entrada combinada a la ciudadela y las cimas de las montañas.
Lo primero que hay que decidir es si visitar las ruinas por la mañana o por la tarde. La mañana tiene la ventaja de que se puede adquirir la entrada combinada y subir al magnífico mirador que hay en Wayna Picchu. Los inconvenientes son que suele haber mucha más gente y que a veces las nieblas de la mañana tardan horas en despejarse. La subida a la cima es dura y un poco peligrosa (no apta para personas con vértigo) pero se puede hacer en una hora y media. La tarde suele ser mucho más tranquila y las posibilidades de que el cielo este nublado son menores pero, a cambio, se pierde la posibilidad de subir a la cima de Wayna Picchu. Una vez se tienen las entradas reservadas se puede empezar a diseñar el resto del viaje a Perú y los días que pasaremos entre el Valle Sagrado y Machu Picchu.
2. Elegir Hotel: La segunda decisión a tomar es donde queremos dormir el día anterior y posterior a la visita. Lo más cómodo es dormir en Aguas Calientes, un pueblo creado ex profeso como estación base para subir a Machu Picchu. Si hemos reservado uno de los primeros turnos (6 ó 7 de la mañana) esta puede ser la única posibilidad. Sin embargo, el pueblo no tiene nada que ver, tan sólo ofrece tiendas, puestos de lo más turístico y baños termales.
Mejor opción es dormir en el Valle Sagrado, cerca de Ollantaytambo. Así estaremos cerca de otros muchos lugares de interés, mucho más tranquilos y sólo tendremos el inconveniente de madrugar un poco más en función del horario que hayamos elegido para visitar las ruinas. En el post dedicado al Valle Sagrado os doy algunas recomendaciones de hoteles en el Valle Sagrado.
Por último, también se pueden visitar las ruinas en un día desde Cuzco aunque no os recomiendo esta alternativa porque implica mucho más tiempo de viaje (alrededor de 8 horas entre ida y vuelta) y no permite ver algunas cosas imprescindibles en el Valle Sagrado.
3. Comprar Billetes de Tren: Salvo que se opte por la versión larga del Camino Inca, la única forma de llegar desde Ollantaytambo a Aguas Calientes es en tren. Hay dos compañías de ferrocarril que cubren el recorrido: Perurail (www.perurail.com) e Incarail (www.incarail.com). Pudiera parecer que la competencia ha moderado los precios pero es todo lo contrario. Las tarifas de ambas compañías son claramente abusivas. Encima hay que reservar con bastante antelación porque la demanda es muy alta y podéis quedaros sin billete con facilidad. El tren tarda en cubrir los 45 km que separan Ollantaytambo de Aguas Calientes poco más de hora y media.
Las dos compañías ofrecen diferentes categorías de trenes. En Incarail el tren más básico se denomina “The Voyager” y el de mayores prestaciones “360º”. En Perurail las categorías semejantes se llaman “Expedition” y “Vistadome”. Básicamente las diferencias de la categoría superior radican en mayores ventanales, un vagón mirador y que está incluido un menú. Mi recomendación es que utilicéis para ir uno de categoría superior mientras para volver el básico es suficiente. Los precios por trayecto desde Olantaytambo a Aguas Calientes son de alrededor de 60 EUR para “The Voyager” y “Expedition” y de 80 EUR para “360º” y “Vistadome”.
Todavía queda otra posibilidad, un tren de lujo entre Cuzco y Aguas Calientes denominado “Hiram Bingham” cuyo trayecto dura alrededor de 4 horas e incluye aparte de todas las comodidades, espectáculos y la visita guiada a las ruinas de la ciudad inca. Eso sí, a un precio desorbitado.
4. Comprar Billetes de Autobús: Se pueden comprar los billetes de autobús anticipadamente en Cuzco pero no es imprescindible. No suele haber ningún problema y, simplemente, el acceso al autobús está limitado por el horario que figure en los billetes de acceso a las ruinas. De manera que sólo se puede coger a partir de la hora que tengáis en los billetes. Tiene la ventaja que ahora las colas sólo están formadas por las personas que acceden en el turno correspondiente. En cualquier caso, hay que prepararse para afrontar otra vez un precio abusivo, alrededor de 25 EUR ida y vuelta.
5. Planificar Visita: La regulación de las visitas de Machu Picchu incluye la obligación de contratar un guía a la entrada. Actualmente se sigue haciendo la vista gorda a la entrada pero en cualquier momento se pueden poner más duros. De todas formas un buen guía suele hacer la visita a las ruinas más interesante y amena. Mi recomendación es le contratáis pero para quedar con él en la Casa del Guardián para empezar el recorrido por las ruinas dejando un par de horas desde la entrada a la visita para deleitarse con la vista y hacer alguna pequeña excursión (hasta la puerta de entrada del Camino del Inca o hasta el Puente del Inca). Si lo contratáis desde la entrada el tiempo de visita se os acortará a las dos horas que supone el recorrido del guía.
Manco Cápac fue el inca nombrado por Francisco Pizarro tras la ejecución de Atahualpa. En principio debía ejercer un gobierno títere para los españoles pero terminó rebelándose y sitiando las ciudades de Cuzco y Lima en 1536. Los españoles vencieron a los sitiadores pero Manco Cápac huyó con buena parte de su ejército y se refugió en Vilcabamba, una zona de difícil orografía situada al otro lado del valle del Urubamba. El virreinato permitió durante un tiempo que los incas de Vilcabamba funcionaran como un reino independiente. Hubo incluso intentos de evangelizarles y se alternaron intercambios de embajadas amistosas con periodos de guerra de guerrillas. Se sucedieron unos pocos incas en el poder. El último de ellos fue Tupac Amaru. El virrey Francisco de Toledo envió un mensajero para entablar conversaciones y llegar a un acuerdo con el reino. No pensaron en las consecuencias y lo mataron. El virrey montó en cólera y decidió acabar de una vez por todas con los incas. Mandó un pequeño ejército al mando del general Martín Hurtado de Arbieto a conquistar las tierras. Lo que parecía una empresa difícil acabo con una aplastante victoria. Los incas tuvieron que abandonar sus ciudades y Tupac Amaru fue ejecutado en la Plaza de Armas de Cuzco en 1572. Fue el auténtico fin de los incas.
Las ciudades ocupadas o fundadas en Vilcabamba fueron abandonadas y la selva creció en ellas. Las ruinas cayeron en el olvido hasta que a mediados del siglo XIX surgió el interés por hallar la capital pérdida de los incas. En 1911 Hiram Bingham montó una expedición financiada por la Universidad de Yale. Comenzó a recorrer las abruptas tierras y aunque descubrió algunas ruinas no creyó que correspondieran a la capital de Vilcabamba. Finalmente un campesino le condujo hasta Machu Picchu y al ver las ruinas quedó convencido de que había logrado encontrar la mítica capital.
El descubrimiento, aireado por la universidad norteamericana, conmocionó al mundo. Machu Picchu empezó pronto a ser una meta codiciada por los viajeros. Muy bonito pero falso. Machu Picchu no podía ser Vilcabamba porque está en el Valle del Urubamba y ese valle había sido conquistado y colonizado por los españoles desde el principio. En realidad Machu Picchu era conocido por la población local y existían referencias previas al teórico descubrimiento de Hiram Bingham. También hemos de decir, para ser justos, que es verdad que fue él quien publicó el primer trabajo sobre la ciudad. El descubrimiento le dio gloria y fortuna. En 1930 publicó una obra titulada “La ciudad perdida de los incas” en que relataba su expedición un poco a lo Indiana Jones. Consiguió mantener el mito hasta que se descubrieron en 1964 las que se cree son las auténticas ruinas de la capital de Vilcabamba en Espíritu Pampa.
El prestigio del explorador y arqueólogo también sirvió para que se llevara impunemente de Machu Picchu casi 50.000 piezas procedentes de sus excavaciones arqueológicas. El gobierno peruano las ha reclamado insistentemente a Estados Unidos y aunque los tribunales le han dado la razón hasta la fecha sólo han conseguido que les sean devueltas 350 piezas bastante mediocres. La Casa Concha, restaurada en Cuzco para acoger la colección, espera mientras tanto supliendo las piezas que faltan con muchos paneles informativos.
El caso es que las ruinas de Machu Picchu son mucho más espectaculares y grandes que las de Espíritu Pampa y como la gente no quiere aprenderse todo este rollo y le suena bien lo de ciudad perdida de los incas pues lo mejor es seguir con el cuento.
El viaje en tren desde Ollantaytambo a Aguas Calientes es el mejor modo de comenzar una visita a Machu Picchu. El valle forjado por el río Urubamba se estrecha rápidamente tras salir de los fértiles terrenos que rodean Ollantaytambo. El cañón del río Urubamba es un espectáculo en sí mismo. Las vías del tren corren paralelas al río en los 45 km de recorrido, encajonadas siempre entre empinadas montañas. El paisaje cambia rápidamente a medida que se desciende desde los 2800 metros de Ollantaytambo hasta los poco más de 2000 metros de Aguas Calientes. A mitad de camino una frondosa selva se adueña del paisaje. Estamos en la cuenca del Amazonas. Estas aguas recorrerán más de 7000 km hasta desembocar en el Océano Atlántico.
Aguas Calientes es una pequeña ciudad construida ex profeso para servir de base al creciente número de turistas que esperan su turno para visitar la ciudadela inca. Casi un millón y medio de visitantes al año. Aguas Calientes tiene muy poco que ofrecer. Los anodinos edificios se extienden a ambos lados del barranco que forma un pequeño afluente del río Urubamba. Básicamente hoteles, restaurantes, tiendas de recuerdos y un pequeño mercado para turistas. Con tiempo de sobra se puede aprovechar para darse un baño en las aguas termales. En la mayoría de los casos se pasa el rato esperando el ansiado autobús que conduce a la entrada de la ciudadela. Si entra el hambre, un lugar recomendable para un tentempié muy cerca de la estación y la parada del autobús es la Boulangerie de Paris (Sinchi Roca s/n, al lado del puente colgante).
Ya sólo queda el trayecto en autobús para llegar a la ciudadela. La línea está hoy mucho mejor organizada que años atrás. La cola se hace según el orden que marca la hora de entrada a las ruinas. No hay problema de vehículos, salen constantemente hasta trasladar a todas las personas con entrada para ese turno. El viaje es corto, 15-20mn, por un camino de tierra que se abre paso entre la selva siguiendo primero el curso del río Urubamba y luego subiendo por un trazado de curvas cerradas diseñado para salvar el desnivel de algo más de 400 metros que media entre el río y Machu Picchu.
El Sector Agrícola, la Casa del Guardián y el Puente del Inca
La carretera termina al pie de la entrada a las ruinas. Una vez superado el control de acceso, la visita comienza por el sector agrícola, un inmenso conjunto de perfectos bancales dispuestos sobre el flanco de la montaña. Se calcula que estos campos podían alimentar a más de 10.000 personas pero la ciudad en su máximo apogeo sólo llegó a tener 1.000 habitantes. ¿Para quién era el resto? Al lado de los bancales, unas construcciones de paredes sencillas de piedra y tejados reconstruidos de ichu (la yerba característica de la puna), llamadas colcas, servían para guardar los excedentes agrícolas o de residencia para los agricultores.
Hay que subir alrededor de 10 minutos por la ladera de la “vieja cima”, entre la selva y los bancales, para llegar a la Casa del Guardian. Allí estalla un mar de sensaciones. Estamos ante la vista más espectacular de Machu Picchu. La habréis visto en miles de fotografías pero no por eso la impresión es menor. Todas las construcciones están en perfecta armonía con el abrupto relieve. Los bancales se ajustan hasta el más mínimo pliegue de la ladera y los canales de irrigación distribuyen el agua a todos los lugares. Al fondo el Wayna Picchu, el meandro del Urubamba y las abruptas y selváticas cimas de la Cordillera de los Andes. Lo mejor es buscar un sitio apartado de la ladera y sentarse a disfrutar. Las sensaciones que uno tiene al contemplar la vista explican bien la razón de que Machu Picchu haya ocupado el primer lugar en la nueva lista de las 7 Maravillas del Mundo.
Muy cerca de la Casa del Guardián, se encuentran el cementerio superior y la roca funeraria, esculpida en forma de altar, que en su día sirvió para embalsamar los cuerpos de los nobles difuntos.
Antes de entrar en la ciudadela vale la pena hacer una pequeña excursión hasta el Puente Inca. Un sendero angosto, bien señalizado, se dirige hacia el sur, en dirección opuesta a las ruinas, siguiendo la ladera de la montaña. El camino trazado por los incas hace casi 600 años se conserva en perfecto estado. La enorme red de caminos de los incas tenía este aspecto. No necesitaban más anchura ya que no existían los carros (no conocían la rueda) y los únicos animales de carga eran las llamas. A la derecha del camino, un enorme precipicio de casi 500 metros sobre el río Urubamba. Tras alrededor de 30-45 mn una verja impide el paso al peligroso Puente Inca. Las maderas del puente salvan un tramo de pared vertical de roca de la montaña. No debían de tener vértigo los incas.
De vuelta a la Casa del Guardián vuelve a sorprendernos la vista sobre las ruinas. Todavía podemos hacer otra pequeña excursión hasta la Intipunko o Puerta del Sol, el lugar que marca la llegada del Gran Camino Inca hasta las ruinas.
Una caminata de 4 días une, siguiendo los viejos senderos pavimentados incas, Ollantaytambo con Machu Picchu. Hay que reservar con mucha antelación porque los permisos están limitados a 200 senderistas y 300 porteadores por día. No es barato, los precios de las agencias oscilan entre 350 y 600 dólares por persona en función de la calidad de los servicios.
El mítico camino no es único. La columna vertebral es el conocido como Gran Camino Inca, Qhapac Ñan, pero muchas agencias eligen variantes del trayecto para evitar aglomeraciones. La caminata es difícil, con exigentes descensos y ascensiones, pero recompensa por sus paisajes, el bosque tropical y la contemplación de las ruinas correspondientes a los viejos pueblos incas. Hay que tener en cuenta que se llega a ascender a una altura de 4200 metros.
Se puede hacer una variante corta de dos días (para llegar al punto de partida hay que utilizar el ferrocarril) que enlaza con la ruta clásica en Wiñay Wayna, las ruinas más espectaculares del camino. Esta variante evita los dos días más duros de caminata.
La última jornada del camino es la menos exigente y la más corta. Tras atravesar un bosque tropical se llega a una escalera que conduce a una estructura de piedra situada sobre la colina, la Intipunko o Puerta del Sol, situada a 2700 metros, que marca la llegada a Machu Picchu. Ya sólo queda descender al yacimiento.
El Barrio de los Nobles
Los últimos metros del Camino Inca conducen a la única entrada existente de la ciudadela, la Puerta de la Ciudad, una enorme estructura de piedra perfectamente pulida. Una vez superada esta puerta no hay ya posible retorno a la Casa del Guardián ya que el recorrido es de una sola dirección. Tras la puertas se extiende un conjunto de edificios alineados en callejones que siguen el relieve. Parece que su función era servir de albergue para los peregrinos y almacenes.
Debajo de los edificios un amasijo de rocas delata a la que fue principal cantera para la construcción de la ciudadela. Todavía se pueden ver rocas que se estaban preparando para levantar nuevas construcciones. Algo debió sorprender a los habitantes de la ciudad.
De vuelta a la zona más baja de construcciones, nos adentramos en el Barrio de los Nobles por una calle decorada con una serie de fuentes rituales. Las casas conservan su estructura intacta, sólo faltan los techos que eran construidos de ichu. Las piedras perfectamente labradas de las paredes dejan espacios trapezoidales que tenían la función de pequeños altares. Entre las casas es fácil toparse con alguna vizcacha, un roedor con aspecto de conejo, endémico de estas tierras.
Al final del barrio está el Templo del Sol, levantado sobre una base de roca natural simbolizando la unión de la Tierra y el Sol. La roca servía de altar para los rituales. Debajo del templo se haya la Tumba Real, una gruta natural con nichos funerarios. Junto al Templo del Sol se levantan dos edificios emblemáticos, la Casa de la Princesa y el Palacio Real.
El Barrio Sagrado
Al noroeste del barrio de los Nobles, dominando la plaza central de la ciudadela, se extiende el Barrio Sagrado. Los grandes templos ocupan tres de los lados de una pequeña plaza: el Templo Principal, con los bloques ciclópeos de piedra más impresionantes de todo el complejo, la Casa del Sacerdote, en la que se distingue una especie de sacristía con nichos trapezoidales, y el Templo de las Tres Ventanas, uno de los más icónicos del recinto, con piedras pulidas y encajadas en las que se abren tres aberturas que miran a la plaza central.
Detrás de la sacristía, una estrecha escalera lleva al lugar más alto y sagrado de la ciudad, la Intihuatana, “el lugar donde se amarra el sol”, que servía probablemente de observatorio astronómico. Desde allí se tiene la mejor vista de la plaza central, donde se celebraban las festividades y ceremonias.
En el punto más al norte de la ciudad se encuentra la Roca Sagrada, donde se rendía culto a los apus, los espíritus de las montañas. Aquí se inicia el camino de ascensión al Wayna Picchu. Una escalera tallada en la roca, al borde del precipicio, permite subir hasta la cima de la montaña, desde donde la vista de pájaro es excepcional.
Los Barrios Residenciales
Volviendo a la ciudad por el lado este se pueden recorrer los barrios residenciales, con viviendas más toscas. Entre ellas destaca el grupo de las Tres Portadas que bordea la plaza central. Probablemente fuese una acclahuasi, casa de las vírgenes del sol. Hacia el sur se distinguen dos piedras circulares ligeramente vaciadas que servían como espejos de agua para la observación astronómica.
El recorrido termina en el barrio de las prisiones, un laberinto de pequeñas construcciones, pasajes y escaleras que componían un santuario dedicado a ritos funerarios (Hiram Bingham creyó ver prisiones en sus fantasías). El centro está ocupado por el Templo del Cóndor, en el que se tarda en reconocer en la piedra la simbólica ave del supramundo.
La vuelta a Aguas Calientes produce cierto rechazo después de contemplar las maravillosas ruinas. Dan ganas de abandonar el lugar rápidamente. Hay que armarse de paciencia mientras se espera el tren en la abarrotada estación. El día de la visita es largo pero nadie puede luego olvidar el día que visita Machu Picchu. Pocos sitios en el mundo desprenden tanta magia.
Enlaza con la etapa anterior o posterior. Para volver al inicio de viaje, pincha aquí: Un Viaje al corazón del Perú