El 23 de enero de 1904 un terrible incendio destruyó en pocas horas toda la ciudad de Alesund. Los vientos huracanados y el hecho de que todas las casas estuvieran construidas en madera hicieron inútiles los esfuerzos por apagar el fuego. Al amanecer del día siguiente los 12000 habitantes del puerto pesquero más importante de Noruega estaban sin hogar y tenían que soportar temperaturas inferiores a -10º C. Increíblemente sólo hubo una víctima mortal.
El incendio conmocionó Europa. El Kaiser Guillermo, un enamorado de Noruega, lidero la ayuda internacional. El primer barco alemán con ayuda llego a los dos días de la catástrofe. La reconstrucción comenzó enseguida. Resultaba evidente que no se debía seguir confiando en las edificaciones de madera. Por otra parte, Noruega estaba clamando en aquellos tiempos por la independencia (llegaría tan sólo 18 meses después) y tenía que demostrar que podía administrarse sin la ayuda de Suecia. La crisis había dejado muchos trabajadores en paro en la capital así que fue fácil mandar mano de obra a la zona. Se convocaron también a los grandes arquitectos nacionales, formados en Alemania y Trondheim en las corrientes del modernismo. Las tareas de reconstrucción funcionaron a un ritmo trepidante.
Dos años después del incendio, Alesund lucía una nueva imagen. A la belleza del entorno natural añadía ahora una arquitectura que se convertiría en su seña de identidad. La estética arquitectónica inspirada en la naturaleza que incorporaba novedades de la revolución industrial tenía en los países nórdicos y Alemania unas características peculiares, conocidas como Jugendstil. El mejor conjunto urbano de esa singular arquitectura es, sin duda, esta pequeña población de la costa noruega. Hoy Alesund es conocida como la ciudad más bonita de Noruega.
El avión es la forma más práctica de llegar a Alesund. El pequeño aeropuerto de Alesund-Vigra recibe sólo unos pocos vuelos internacionales pero entre ellos la compañía Norwegian incluye, de forma estacional, un vuelo directo a Alicante. Desde otras localidades españolas es necesario hacer escala en Oslo o Copenhague y desde allí continuar viaje con Norwegian o Scandinavian Airlines hasta Alesund.
Desde el aeropuerto hay un buen servicio de autobuses que conecta la isla de Vigra con Alesund a través de una impresionante carretera que incluye dos túneles entre las islas. Los autobuses están programados para salir 30 mn después de la llegada de cada vuelo y cubren los 17 km en alrededor de 20mn (www.frammr.no).
El viaje en tren desde Oslo es bastante largo pero a cambio permite recorrer uno de los más espectaculares trayectos de ferroviarios de Europa: el Ferrocarril de Rauma. El trayecto sigue el curso del río Rauma entre Andalsnes y Dombas discurriendo primero entre las formidables paredes de roca del Romsdalen, luego entre sensacionales cascadas y por el vertiginoso puente de Kylling y, por último, por un paisaje de bosques y pequeños lagos, menos abrupto pero igualmente bello. Lo malo es que el recorrido desde Oslo se hace largo porque para recorrer los 335 km que separan Oslo y Dombas el tren invierte un poco más de 4 horas. Luego hay que enlazar en Dombas con el tren de Rauma que realiza el trayecto en algo más de una hora y media y, por último, hay que coger un autobús que cubre en 2 horas los alrededor de 100 kilómetros que separan Andalsnes de Alesund. En total, alrededor de 8 horas de viaje. Eso si el recorrido es de lo más entretenido. Los billetes para el tren se pueden sacar con hasta tres meses de antelación beneficiándose de buenos descuentos en la página web de los ferrocarriles noruegos: www.nsb.no. Los autobuses que realizan el recorrido Alesund-Andalsnes enlazan directamente con la salida y llegada de trenes y no hace falta sacar los billetes con antelación (www.frammr.no).
El viaje en coche sigue más o menos el trazado del ferrocarril y tiene parecidas ventajas e inconvenientes. Por un lado, permite disfrutar de los espectaculares y cambiantes paisajes que van desde los bosques cercanos a la capital, pasando por el lago Mjøsa, el más grande de Noruega, y los Alpes Escandinavos, hasta las paredes de roca del Romsdalen y el fiordo de Alesund. Por otro lado, el viaje se hace largo. Los 545 kilómetros que separan Oslo de Alesund os llevarán más de 7 horas. Así que, contando con las imprescindibles paradas, hay que programar un día para el viaje.
Alesund es la capital del bacalao noruego, el lugar donde siempre se ha recogido, procesado y vendido la mayor parte del considerado mejor bacalao seco y salado del mundo. Uno de los clientes más importantes del bacalao procesado en Alesund fue, y sigue siendo aunque en mucha menor cuantía, España. De hecho, al visitar el Museo de la Pesca, ubicado en el único edificio de madera que se salvo del incendio de la ciudad, es fácil observar como muchas de las latas y cajas están rotuladas en español.
Bacalao del Atlántico o de Noruega
El bacalao del Atlántico o bacalao de Noruega vive en los mares fríos del norte. Desde hace muchos siglos es apreciado por su carne, muy rica en proteínas y sin apenas grasas, y por el aceite de su hígado, extremadamente rico en ácidos grasos. Pero esto no es suficiente para que se convirtiera en un producto tan popular.
El problema del pescado antes de la llegada de los frigoríficos era la conservación. Era prácticamente imposible su traslado a ningún sitio del interior porque rápidamente entraba en descomposición. La salazón es un procedimiento de conservación que consiste en practicar la desecación mediante sal. La conservación en seco permitió durante siglos a numerosas poblaciones continentales europeas disponer de reservas proteínicas. El bacalao es el pescado que mejor se adapta para su conservación en salazón por su ausencia prácticamente de grasa. Su facilidad de conservación, podía durar meses si se guardaba en un lugar seco, su bajo precio, que lo hacía asequible a las clases menos privilegiadas, y la prohibición por parte de la Iglesia Católica de comer carne durante determinadas épocas impulsó su consumo.
La importancia del bacalao queda reflejada en algunos dichos y refranes que se siguen utilizando desde hace siglos. Quizás el mejor ejemplo sea la expresión que hace referencia a “el que corta el bacalao”. La expresión señala a la persona con mayor influencia que no tiene porque ser la que ostenta el poder. En las plantaciones coloniales y fábricas este papel de cortar y repartir la ración de bacalao era prerrogativa del capataz y este sería un posible origen del dicho. Otra versión remite a los colmados y tiendas de ultramarinos, donde para cortar el bacalao se empleaba una cuchilla de hoja afilada cuya manipulación sólo era autorizada a los empleados más diestros. Es decir, los de confianza y, por tanto, los más influyentes.
La Pesca del Bacalao
La historia del bacalao seco y salado tiene sus raíces en un pasado muy remoto. Ya desde el siglo IX los vikingos solían secar este pescado al aire frío de las Islas Lofoten, en el norte de Noruega. Era una excelente forma de asegurarse una nutritiva reserva de proteínas que pudiera llevarse durante los largos viajes rumbo a Groenlandia e Islandia. En la Edad Media está bien documentada su pesca en aguas del Atlántico Norte. Luego los pescadores del Cantábrico avanzaron en el Atlántico septentrional en busca de ballenas. Allí encontraron los espesos bancos de bacalao y procedieron a conservarlo en sal, como hacían con la carne de ballena. Así fue como comenzó la difusión de este alimento en el sur de Europa. En Latinoamérica tanto españoles como portugueses extendieron su consumo en la época de la colonización.
Los grandes caladeros de bacalao se sitúan en el Atlántico Norte, fundamentalmente en Terranova y el Mar del Norte. La importancia económica, social y cultural de esta pesca se pone de manifiesto por los numerosos enfrentamientos entre las potencias por el control de los caladeros, que finalmente dio origen al actual sistema de Derecho Internacional Marítimo.
España también compitió por la pesca en esos caladeros. La flota del bacalao llego a agrupar casi 100 barcos vascos y gallegos. Hoy apenas quedan cuatro barcos dedicados a ese tipo de pesca.
Alesund llegó a ser el puerto más importante en la producción y venta del bacalao seco y salado en todo el mundo. Prácticamente toda la población desde hace siglos está metida en este negocio.
En el siguiente mapa interactivo podrás localizar con exactitud todos los lugares de los que se habla en el artículo. Se ha marcado un itinerario a pie para conocer el centro histórico y un itinerario en bici para recorrer algunos otros puntos de interés.
La mejor forma de empezar a conocer Alesund es subir al Mirador de Fjellstua en el Monte Aksla. Son 418 escalones desde el Byparken pero el esfuerzo merece la pena. La vista del archipiélago a la entrada del Storfjorden y del centro de la ciudad con el canal de Brosundet y el puerto es de las que jamás se olvidan. Al volver la mirada sorprende la altura y cercanía de los Alpes de Sunnmore siempre con nubes en sus achatadas cumbres. Pocos miradores como este para poder apreciar la abrupta orografía de la costa de Noruega. Una costa salpicada de islas de todos los tamaños y rasgada por la entrada de los grandes fiordos.
Una vez comprendida la configuración de la ciudad, en realidad una sucesión de pequeñas islas que se adentran en el Atlántico, es muy fácil orientarse. El centro se distribuye a ambos lados del Canal de Brosundet. Las casas que miran al canal desde el lado oeste componen la imagen más característica de la ciudad. Antaño los bajos estaban ocupados por los almacenes de los pescadores. Hoy los viejos almacenes acogen a los restaurantes y hoteles más famosos de la ciudad. Justo al lado del puente que cruza el canal se encuentra el Centro Jugendstil, en una gran casa de piedra coronada por un torreón. El Centro alberga un museo dedicado al terrible incendio que sufrió la ciudad y a su rápida reconstrucción en el peculiar estilo modernista nórdico conocido como Jugendstil. La visita comienza atravesando la antigua farmacia y dando un salto en el tiempo para conocer de cerca la tragedia. Luego el recorrido permite comprender las nuevas técnicas constructivas, más seguras y duraderas, y la decoración art nouveau que poseían la mayor parte de las casas de la ciudad.
Un pequeño paseo por la calle Apotekergata, paralela al Canal de Brosundet y repleta de bellos edificios modernistas, lleva hasta el Puerto Pesquero. Hoy las embarcaciones de recreo ocupan el lugar de la gran flota pesquera de principios de siglo. El Museo de Pesca, ubicado en el único edificio de madera que se salvo del incendio, explica la industria de la que vivían la mayor parte de los habitantes de la ciudad: la pesca, conservación y exportación del bacalao.
En Alesund hay que dedicar tiempo a pasear despacio por sus calles del centro. Cada casa tiene peculiares detalles modernistas. Las buhardillas y los marcos de las ventanas lucen llamativos decorados que contrastan con la austeridad de las fachadas. Bajo los inclinados tejados de pizarra figuran las fechas de construcción de los edificios. La mayoría de ellos fueron levantados entre 1904 y 1906. Había que darse prisa para realojar a toda la población y eso dio una gran unidad arquitectónica a la nueva ciudad.
Curiosamente, como en todas las pequeñas ciudades noruegas, las calles suelen estar vacías. Nadie sabe dónde se esconde la población. La tranquilidad sólo se rompe por la llegada esporádica de los cruceros que recorren la costa de Noruega.
En primavera y verano los largos atardeceres son memorables. El sol tiñe de naranja las aguas azul turquesa de esta zona del Atlántico. Lugares para contemplar la puesta de sol no faltan: el acuario que mira a la isla de Runde desde el extremo occidental de la ciudad, los muelles del antiguo puerto pesquero o, si todavía quedan fuerzas para volver a subir los escalones, se puede volver al Monte Aksla y aprovechar para cenar en el restaurante del mirador de Fjellstua.
La escarpada orografía del territorio noruego, configurado en la mayor parte de la costa por miles de islas, ha obligado a la creación de imponentes infraestructuras para conseguir conectar a la mayor parte de lugares habitados. El gobierno ha dedicado un esfuerzo especial a intentar que esas infraestructuras se creen con el menor impacto posible sobre el medio ambiente. Entre las obras más espectaculares construidas destaca la Carretera del Atlántico, considerada una obra de arte de la ingeniería. Cualquier guía sobre las carreteras más bellas del mundo incluye el tramo que une los pueblos pesqueros de Bud, cercano a Molde, y Karvag, próximo a Kristiansund, a través de las islas del Atlántico.
Bud llego a ser la población más importante entre Bergen y Trondheim durante la Edad Media. Su importancia como puerto pesquero fue decayendo progresivamente a medida que los muelles y las factorías de pescado de Alesund se hacían más grandes. Hoy apenas quedan unas pocas casas construidas sobre palafitos al abrigo del puerto. En la cima de la colina que domina el pueblo son bien visibles las fortificaciones construidas por los alemanes durante la II Guerra mundial para impedir un desembarco aliado. Desde Bud la carretera discurre paralela a la costa Atlántica. Sin embargo, el recorrido más interesante comienza alrededor de 25 km más al norte, tras cruzar la aldea de Vevang. La carretera enlaza mediante ocho puentes con diversas formas geométricas un rosario de pequeñas islas para poder unir el continente con la gran isla de Averoy en donde se encuentra Karvag. En estos 10 km se han dispuesto miradores y zonas de descanso para poder contemplar el Atlántico y los propios puentes desde distintas perspectivas. La silueta alta y curva del mayor de los puentes, Storseisundet, es la imagen más icónica de la famosa carretera. Seguro que al verlo recordaréis alguno de los muchos anuncios de coches que se han rodado aquí.