La región calabresa es una de las menos conocidas, más recónditas y más pobres de Italia. La punta de la bota italiana amenaza con dar un buen puntapié a su vecina Sicilia, isla a la que mira con cierta nostalgia desde los poco más de tres kilómetros que las separan en el estrecho de Mesina.
Abrupta, montañosa y con pocos valles fértiles que poder explotar, sus pueblos reflejan esa humildad arrastrada durante siglos siendo la parte olvidada de los sucesivos imperios que gobernaron las dos Sicilias. Tan es así, que aún hoy en día, en zonas recónditas colgadas de las alturas de sistemas montañosos ásperos pero no lejanos nunca del mar, hay pueblos que aún conservan el habla de un dialecto griego que al parecer viene de raíces ancestrales de la colonización helena de la Magna Grecia y cuando menos d la ocupación Bizantina que perduró varios siglos en la Alta Edad Media.
Hoy en día nos interesará visitar Calabria si buscamos autenticidad, paisajes vírgenes y pueblos aún no maleados por hordas de turistas. Y aquí los hay, austeros y exentos de grandes maravillas arquitectónicas que abundan en otras latitudes del «Bel Paese» pero con el encanto genuino de emplazamientos imposibles, soñados y sensaciones de encanto rozando el olvido y la tranquilidad absoluta. La Costa por el contrario, ya es otro cantar, más gente pero no mucha, más turistas pero no tantos, y más bullicio pero nunca masificado. Unas cuantas pequeñas poblaciones atraen la mayor parte de turismo de al región.
La variedad de paisajes y playas empieza por su realidad geográfica; dos mares y dos litorales. El Oriental que da al Mar Jónico con líneas costeras en llanura que facilitan la formación de largas playas y núcleos históricos aupados en las montañas a distancia de la Costa para prevenir las razzias corsarias de piratas y sarracenos. Y la costa más Occidental, la del Mar Tirreno que se asoma como un dramático escarpe rocoso que permite la construcción de castillos y fortalezas que jalonan un litoral pintoresco y cambiante.
En este último, dos poblaciones destacan sobre todas las demás; Scilla y Tropea.
Scilla es la perla de la Costa Viola, y Tropea la perla de la Costa de los Dioses (Costa degli Dei), así se hacen llamar y se publicitan turísticamente. Más allá de las denominaciones, estos son para mí los dos pueblos más bonitos de la Costa Calabresa del Tirreno. Por sus playas, porque se come genial y porque su encanto hace que quieras quedarte más días para disfrutar de la tranquilidad, del clima, del paisaje y de descubrir el interior de Calabria.
Mi favorito es Scilla que forma parte de la red «I Borghi più belli dell’Italia» algo así como la asociación española de «Los Pueblos más bonitos de España» y sin duda se lo merece. Pero Tropea por su lado brilla también por sus playas, su artesanía y sus productos típicos como las cebollas moradas y el «peperoncino» calabrés un pimientito picante muy apreciado en la cocina italiana.
Calabria es la regional más meridional de la Italia peninsular. Scilla y Tropea se encuentran en el sur de la región sobre su costa occidental cuyas orillas baña el Mar Tirreno. Los dos aeropuertos más cercanos son Reggio di Calabria y Lamezia. Hay vuelos de Ryanair desde Madrid a Lamezia lo que ha puesto este destino más cerca del turismo español.
Desde el aeropuerto de Lamezia hay 50kms a Tropea, y unos 140kms a Scilla, que por autopista suponen algo más de una hora de trayecto. Desde Reggio, la distancia a Scilla es de tan solo 30kms y a Tropea de unos 100kms.
En este mapa interactivo encontrarás los lugares que visitamos en este artículo (en rojo) y una selección personal de los castillos y pueblos más bonitos de Calabria (en azul)
Mis favoritos en Calabria
En el mapa del post, en azul, he marcado mi selección particular de los lugares más interesantes de esta región olvidada del turismo masivo, y algo atrasada económicamente. Media docena de pueblos calabreses y dos castillos singulares se unirían las localidades descritas en este artículo.
Pueblos seleccionados: Rossano, Soriano Calabro (Cartuja/Certosa San Bruno), Corigliano Calabro, Belmonte Calabro, Morano Calabro.
Castillos Singulares: Le Castella, Rocca Imperiale
Playas de Anuncio: Grotta dell’Arco Magno (San Nicola Arcella) – Sale en el anuncio de Dolce & Gabbana.
Scilla es la perla de la Costa Viola, y Tropea la perla de la Costa de los Dioses (Costa degli Dei), así se hacen llamar y se publicitan turísticamente. Más allá de las denominaciones, estos son para mí los dos pueblos más bonitos de la Costa Calabresa del Tirreno. Por sus playas, porque se come genial y porque su encanto hace que quieras quedarte más días para disfrutar de la tranquilidad, del clima, del paisaje y de descubrir el interior de Calabria.
Mi favorito es Scilla que forma parte de la red “I Borghi più belli dell’Italia” algo así como la asociación española de “Los Pueblos más bonitos de España” y sin duda se lo merece. Pero Tropea por su lado brilla también por sus playas, su artesanía y sus productos típicos como las cebollas moradas y el “peperoncino” calabrés un pimientito picante muy apreciado en la cocina italiana.
Scilla: La perla de la Costa Viola
Uno solo tiene tres maneras de entrar en este pueblecito, por ambos lados de la costa, o por el monte. Prácticamente una única carretera lo cruza por el litoral, la antigua carretera estatal tirrena, y siempre emociona ver por primera vez ese castillo orgulloso sobre la peña destacando sobre el conjunto del pueblo. Arriba sobre el cerro, el centro, el comercio, el ayuntamiento y viviendas ; abajo, a un lado la playa y al otro puerto y pescadores. El barrio más antiguo es el de San Giorgio, el corazón de la ciudad donde se encuentran la plaza principal, el más nuevo es el de Marina Grande que se extiende a lo largo de la Playa de las Sirenas (Spiaggia delle Sirene) y reúne hoteles y restaurantes para veraneantes y por último, el más auténtico es el de Chinalea, el barrio de pescadores.
Lo mejor es dejar el coche en el aparcamiento junto a la estación de tren o junto a la playa, y realizar la visita a pie. Como visitas de interés, se puede entrar en el castillo, que tiene salas con una exposición de utensilios y planos de la zona, además de gozar de una situación privilegiada para disfrutar de las visitas de Scilla.
La formación del promontorio de Scilla
Según la mitología griega, el promontorio rocoso donde se eleva el castillo sería el resultado de la acción de Zeus/Júpiter sobre un águila que osó interponerse entre sus flechas de amor y una bella ninfa, convirtiéndola en el peñón de Scila.
Scilla y Caridi
Scilla y Caridi eran dos monstruos marinos que habitaban a cada lado del estrecho de Mesina, y que atacaban ferozmente a los marineros que pasaban por el estrecho de Mesina. Scilla contaba con seis cabezas y doce tentáculos, pero en origen se trataba de una bella ninfa cortejada por Glauco.
Scilla y Glauco
La leyenda cuenta que Glauco su amante, había sido transformado por un prodigio en un dios marino, mitad hombre y mitad pez. Scilla aterrorizada por su aspecto huyó escondiéndose evitando el contacto. Glauco desesperado recurrió a la maga Circe para pedir un conjuro de amor que le devolviese a Scilla. Circe celosa y enojada le recriminó que un dios no ruega el amor de una ninfa, y le pidió a Glauco que se uniese a ella. Glauco la rechazó. Circe furiosa esparce entonces una poción mágica sobre las aguas en las que nadaba Scilla, transformando a la bella ninfa en el horroroso monstruo antes descrito. Scilla horrorizada de su nuevo aspecto se refugió en el escollo rocoso al que dio nombre, y desde entonces atemoriza a los marineros que por sus aguas pasaban.
Chianalea: El pintoresco barrio de pescadores de Scilla
El castillo Ruffo separa las dos ensenadas de Scilla; a poniente, una playa extensa de aguas transparentes recibe a los bañistas; mientras que a levante, la orilla del mar está ocupada intermitentemente por las casas típicas de pescadores, dejando aquí y allá espacio para que las barcas se amarren en los callejones que dan al mar. Algunos restaurantes han construido unas terrazas que literalmente te permiten comer o cenar sobre un mar increíblemente limpio.
Hemos entrado en Chianalea, el barrio de pescadores y la parte de la localidad más especial, única y con mayor encanto. Recorrerlo es muy fácil, tan solo hay que deambular por la calle principal que desde el puerto atraviesa todo el caserío apretado entre las orillas de guijarros y escollos, y las casas que trepan por las empinadas colinas, sorteadas por bajadas de escaleras que lo comunican con el centro de Scilla. Tendremos oportunidad de observar muchos rincones pintorescos, cada rato os pararéis para apreciar la belleza de un callejón que da al mar, unas barcas amarradas en una plaza abierta a la orilla, o unos escollos ocupados tan solo por gaviotas esperando su ración de pescado.
Scilla ya era mencionada en la Odisea de Homero por la pesca del pez espada. Entonces se realizaba en “luntre”, una embarcaciones movidas por cinco remeros. Pero en el puerto, os llamarán la atención los barcos actuales utilizados para su pesca, denominados “pasarella” e identificables muy rápidamente por tener un alto mástil central denominado “falere” que sirve para avistarlos en la mar.
En este barrio además hay varios B&B, ideales para disfrutar de Scilla desde dentro, y algunos excelentes restaurantes de pescado de los que uno sueña con visitar cuando se imagina unas vacaciones mediterráneas idílicas junto al mar.
Tropea: La Perla de la Costa degli Dei (Costa de los Dioses)
A Tropea se viene por tres cosas, a por cebollas moradas, “peperoncini” (pimientos pequeños y picantes típicos de la comarca muy apreciados en la cocina italiana) y por sus playas.
Las dos primeras son razones de peso para cualquiera que aprecie sus cualidades culinarias, y en cada esquina de Tropea vais a ver colgando y expuestas las ristras de pimientos y las cajas de cebollas. La tercera tampoco se tarda en apreciar, ya que sin ir mas lejos, en el mismo pueblo, y a cada lado del emblemático promontorio rocoso sobre el que se levanta la Iglesia de Santa María dell’Isola, hay dos maravillosas playas de aguas cristalinas.
La ciudad arriba, a unos 40 metros del mar sobre la plataforma continental. Compacta, de calles estrechas empedradas, y viejos palacios algo decadentes, invita a perderse entre sus rincones. Abundan las heladerías, pues tienen mucha fama los obradores locales. No encontraréis grandes monumentos, pero si el encanto de un pueblo aferrado a sus tradiciones, con un ritmo lento que invita a sentarse tranquilamente y ver pasar el tiempo… y a la gente. El Corso Vittorio Emmanuelle que va desde la plaza principal al balcón con vistas al mar, y la Vía Roma que se cruza con la primera y va hacia la bajada principal hacia la playa, son las dos calles principales en las que todo ocurre.