La capital de Marruecos fusiona la tradición histórica de una de las grandes ciudades imperiales con los barrios modernos trazados con tiralíneas durante la época colonial. Como en el resto de las principales ciudades marroquies se respetaron los amurallados barrios antiguos pero aquí la simbiosis fue mayor porque los nuevos barrios se diseñaron al lado de las murallas. Esa fusión entre la antigua Kasbah de los Udayas o la Medina con los barrios de la ciudad nueva o los jardines históricos es una de las principales razones para que en 2012 Rabat fuera premiada con el título de Patrimonio de la Humanidad.
Pero lo que sorprende al viajero español, es el estrecho vínculo que esta ciudad ha tenido con España a lo largo de la historia, pues de aquí partieron contingentes Almohades que establecieron el Imperio Almohade a ambos lados del estrecho, y hasta aquí llegaron a instalarse, los moriscos expulsados de España en 1609, que han mantenido el acervo cultural, costumbres y los apellidos españoles que trajeron consigo. Una historia apasionante que nos toca muy de cerca y que se disfruta descubriendo, trazando puentes de proximidad entre dos culturas separadas por la fé.
El nombre de la ciudad deriva de la palabra ribat, que en árabe andalusí significaba una fortaleza o puesto de vigilancia construida en lugares fronterizos a la vez que un monasterio dedicado a la oración y a la guerra santa, es una especie de equivalente a las Órdenes Militares cristianas como la de Calatrava, Santiago o Alcántara. El mismo origen tienen las poblaciones de La Rábida en España o Arrábida en Portugal.
La ciudad fue apodada en un primer momento El Fath, de la victoria, porque fue edificada en conmemoración de la victoria de los almohades sobre las tropas cristianas de Alfonso VIII en la Batalla de Alarcos (1195).
La privilegiada situación de la ciudad, junto a la desembocadura del río Bou Regreg y a la orilla del Océano Atlántico ha marcado su importancia histórica y le da hoy sus mayores atractivos. Rabat y Salé a uno y otro lados del río, antaño comunicadas con barcazas y hoy por un gran puente, son ahora una sola urbe que depara grandes sorpresas.
En avión:
El pequeño Aeropuerto de Rabat-Salé está situado en el noroeste, a 7 kilómetros del centro de la ciudad. Las compañías Royal Air Maroc y Ryanair enlazan diariamente Rabat y Madrid, Ryanair también vuela a Gerona y en temporada a Madrid, Vueling conecta Barcelona con la capital marroquí.
Otra opción es utilizar el Aeropuerto Internacional Mohammed V de Casablanca, el de mayor tráfico del país. La compañía Royal Air Maroc tiene desde allí vuelos regulares a Madrid, Barcelona, Valencia, Málaga y Las Palmas de Gran Canaria. Las compañías españolas Iberia, desde Madrid, Vueling, desde Barcelona, y Binter, desde Las Palmas de Gran Canaria, tienen también conexiones con Casablanca.
En tren:
El aeropuerto tiene conexión ferroviaria con la principal estación Casablanca, Casa Port. Los cómodos trenes que unen Casablanca (Casa Port) y Rabat (Rabat Ville) realizan el recorrido en poco más de una hora.
En coche:
Las principales carreteras de Marruecos han mejorado mucho en los últimos años. La autopista A1 une Tánger y Rabat, permitiendo recorrer los casi 250 kilómetros en menos de tres horas. Así pues desde Andalucía es perfectamente asequible planificar un viaje por carretera para conocer esta parte de Marruecos.
La historia de Rabat y Salé es extraña. La ciudad o ciudades han pasado por efímeros periodos de gran esplendor y largas épocas de decadencia en los que prácticamente llegaron a estar deshabitadas.
La ciudad romana de Sala Colonia y la fundación de Salé
Los fenicios y cartagineses probablemente tuvieron asentamientos en la ribera del río Bou Regreg. Sin embargo, el primer emplazamiento humano documentado es el de la ciudad romana de Sala Colonia, fundada aguas arriba del río en el lugar que ocupa hoy la Necrópolis de Chellah. Tras la retirada del Imperio Romano de la zona, la ciudad quedo en manos de los bereberes y fue despoblándose poco a poco. En la Edad Media la antigua ciudad romana fue abandonada completamente y sus habitantes se asentaron en la orilla derecha de la desembocadura del río fundando así la actual Salé.
Los almohades y la fundación de Rabat
Los almohades, los que creen en la unidad de Dios, fueron la dinastía árabe de origen bereber que surgió en el siglo XII como reacción a la relajación religiosa de los almorávides. A mediados del siglo habían llegado a dominar todo el norte de África y el sur de la Península Ibérica. La época de mayor gloria fue la del califa Yaqub al-Mansur quién derroto a Alfonso VIII en la batalla de Alarcos (1191). Como conmemoración de su victoria Yaqub al-Mansur fundó la ciudad de Rabat en 1195. Los Almohades son los responsables, por ejemplo de la construcción de la Giralda de Sevilla, siendo su Imperio una de las épocas de mayor florecimiento económico y cultural de la España Islámica.
Rabat fue planificada como una enorme ciudad. Sus grandes monumentos, la Kasbah de los Udayas, la Medina y la Mezquita de Hassan fueron proyectados durante la fundación de la ciudad. En la misma época se construían la actual Giralda de Sevilla y la Koutobia en Marrakech, así como importantes fortalezas defensivas como las alcazabas de Cáceres y Badajoz, cuya principal característica era contar con torres albarranas (levantadas a cierta distancia de las murallas pero unidas a ellas por un muro para aumentar la eficacia defensiva) como la propia Torre de Espantaperros en Badajoz o la Torre del Oro de Sevilla.
Desde Rabat salieron los principales contingentes del ejército para reforzar la frontera de Al-Andalus. Tras la muerte del califa, en 1199, la fiebre constructiva comenzó a remitir. La derrota de los almohades en la Batalla de las Navas de Tolosa (1212) supuso el principio del fin para la dinastía. Finalmente los Benimerines o Meriníes en Marruecos, que trasladaron su capital a Fez, y los Nazaríes en Granada acabaron con el poder de los almohades. En 1260 la ciudad fue conquistada e incendiada por Alfonso X el Sabio. Los Benimerines aún cuando trasladaron su capital, todavía construyeron durante el siglo XIII monumentos muy significativos, principalmente la Madraza o Medersa, las Murallas de Salé y la Necrópolis de Chellah, pero la ciudad se fue despoblando y permaneció en el olvido durante los siguientes siglos.
La República de las Dos Orillas
En 1609 se decretó en España la expulsión de los moriscos. Unas 40.000 personas salieron del país rumbo a la Berbería (así se conocía entonces al actual Magreb). El pueblo de Hornachos, en la comarca extremeña de Tierra de Barros, era uno de los que contaba con mayor población morisca. Los habitantes del pueblo permanecieron unidos en su éxodo y decidieron asentarse, junto con otros andalusíes, en Salé. Allí no fueron demasiado bien recibidos, por las grandes diferencias culturales existentes, así que pronto se trasladaron a Salé la Nueva, como se conocía Rabat en aquel entonces.
En aquellos años prácticamente todas las ciudades costeras de Marruecos habían caído en manos de Portugal y España por lo que el enclave había ganado importancia y comenzó a ser disputado por el sultán y los corsarios. Sin embargo, los hornacheros se impusieron y, tras ser adiestrados por holandeses renegados, comenzaron a ejercer de corsarios. Al principio aceptaron la autoridad del sultán ejercida a través de un caid o gobernador al que tenían que pagarle una especie de alcabala, el 10% de los beneficios, pero en 1626 decidieron independizarse. Mataron al caid y fundaron la República de las Dos Orillas, la República de Bou Regreg o República de Rabat-Salé.
La República llego a tener en jaque a las costas de España, Portugal, Francia y hasta Inglaterra e Irlanda. Contaba con una flota de 40 navíos construidos en sus propios astilleros. Las difíciles condiciones de navegación del río Bou Regreg hacían muy difícil poder conquistar la ciudad.
Las luchas por el poder entre los hornacheros y los andalusíes de Salé debilitaron la República. Incluso hubo un intento de los hornacheros de pactar con España para entregar la ciudad a cambio de la autorización para volver a su pueblo. Cuando las negociaciones estaban a punto de culminarse un bombardeo de la ciudad realizado por barcos ingleses dio al traste con el acuerdo. Finalmente en 1668 el Sultán de Marruecos conquisto la ciudad y acabo con la República. Aunque siguió existiendo actividad corsaria, ésta perdió cada vez más intensidad hasta ir desapareciendo. Y la ciudad languideció durante los siguientes siglos.
Los descendientes de los hornacheros y andalusíes, con apellidos islamizados, siguen perteneciendo a algunas de las familias más importantes de la ciudad. Así, son frecuentes los apellidos Bargash (Vargas), Almodóvar, Piro (Pero o Pedro), Balafrej (Palafox), Mulina (Molina) y muchos otros.
El Protectorado Francés y la Capital del Reino de Marruecos
El Tratado de Fez de 1912 dio comienzo oficialmente el Protectorado Francés de Marruecos. La decisión de Francia de convertir a Rabat en capital del Protectorado cambio nuevamente la historia de la ciudad. Los nuevos barrios y jardines fueron cuidadosamente planificados y la urbe creció rápidamente. Tras la independencia en 1956, Mohamed V la declaro capital del Reino de Marruecos.
A la muerte de Mohamed V, en 1961, su hijo Hassan II comenzó a construir su Mausoleo en la explanada de la Torre Hassan, el lugar en el que se había proclamado la independencia del Reino.
Desayuno en Salé. Una visita a la Medersa y al Cementerio musulmán con las mejores vistas de Rabat
Salé es hoy un inmenso barrio dormitorio de la capital, que se alza en la orilla norte del estuario del Río Bou Regreg. Esconde dos poderosas razones para visitarla: La pequeña Medersa construída por los meriníes en el siglo XIV, que constituyó un gran foco de desarrollo cultural ya que se trata de una especie de Universidad Coránica que impartía conocimientos de muy diversas materias del saber y es una de las mejor conservadas de Marruecos; y muy cerca, el impresionante Cementerio de la ciudad que ocupa un buen espacio entre las murallas, estuario del río Bou Regreg y el Oceáno Atlántico. Sin duda, es uno de los cementerios con mejores vistas del mundo. Son esas vistas las que constituyen la segunda poderosa razón para llegar hasta allí. No se puede conocer Rabat sin contemplarla desde la otra orilla.
Qué no te debes perder en Salé:
- La Medersa del Siglo XIV
- El Cementerio Musulmán
- La Puerta de Bab-el-Mrissa
Un moderno tranvía une las medinas de Rabat y Salé por el nuevo puente de Hassan II. Viajar en el más moderno medio de comunicación de la ciudad es una buena manera de tomarla el pulso. Los usuarios reflejan esa mezcla de tradicción y modernidad propia de Rabat, desde estudiantes vestidos como en cualquier otra universidad europea hasta viajeros con la indumentaria clásica del país.
El tranvía tiene la primera parada en Salé frente a Bab el-Mrissa, la principal puerta de la muralla construida por los meriníes en el siglo XIII. Desde allí debería ser fácil llegar al otro extremo de la medina, donde se encuentra la Medersa y la Gran Mezquita. Pero en la medina es fácil perderse y lo normal es acabar pidiendo ayuda. Enseguida os veréis conducidos por un guía espontaneo que además de mostraros el camino a la medersa os querrá enseñar un típico taller de alfarería de los que han dado gran fama a la cerámica de Salé.
La Medersa o Madraza fue mandada construir por el Sultán Negro (llamado así porque su madre era abisinia) en 1333. El pequeño patio que servía para las clases y la oración está decorado con azulejos, estucos y madera de cedro muy labrada. En las diminutas habitaciones del piso superior se alojaban los estudiantes, era la parte residencial, digamos una especie de Colegio Mayor. Frente a la madrasa se levanta la Gran Mezquita de Salé que, como todas las mezquitas en Marruecos, no puede ser visitada por no musulmanes.
Desde la Gran Mezquita estamos a un paso de la salida noroeste de la medina. Siguiendo la calle uno se da de bruces con el oceáno. Lo sorprendente es que entre la Medina, el oceáno y la desembocadura se sitúa un inmenso Cementerio musulmán, con tumbas perfectamente alineadas hacia La Meca. Es este uno de los espectáculos más sorprendentes de la ciudad. Desde el cementerio, las vistas de la Kasbah de los Udayas y de la Playa de Salé son impresionantes.
Un paseo en barca
Hasta la construcción del primer puente sobre el río Bou Regreg en los años 50, la comunicación entre las dos orillas se hacía mediante pequeñas barcas. Hoy subsisten algunas de esas barcas, dedicadas principalmente a labores de pesca y a pasear algunos turistas que se acercan a los embarcaderos.
Hay que dirigirse hasta el embarcadero de Salé y pactar con alguno de los barqueros un pequeño paseo por el río. Lo mejor es pedirle que dirija la embarcación hacia la desembocadura y llegar hasta al pie de la Torre de los Corsarios. La difícil navegación por el río y las fascinantes vistas de las murallas de la Kasbah permiten hacerse una mejor idea de lo difícil que era poder conquistar la ciudad en tiempos almohades o de los corsarios. Al volver os dejarán en la otra orilla, en el muelle situado al pie de la Kasbah de los Udayas, desde donde se puede continuar la visita a la ciudad.
Qué no te debes perder en Rabat:
- La Alcazaba de los Udayas (Kasbah des Oudayas)
- La Medina y Zoco de Rabat
- El Mausoleo de Hassan II y Mohammed V
- La Necrópolis de Chellah
La Kasbah de los Udayas
La Alcazaba de los Udayas ocupa la orilla sur del estuario del río Bou Regreg. La Kasbah fue diseñada y construida por los almohades pero su nombre deriva de una tribu árabe que se asento en la fortaleza poco después de la época de la gran dinastía bereber. El magnífico arco monumental de entrada a la alcazaba es una de las mejores puertas de fortificaciones de Marruecos. Como todas las puertas de su estilo se inspira en la forma y decoración del mihrab aunque en este caso con una peculiaridad, la excepcional representación de animales (en el mundo islámico no es habitual ya que dichas representaciones no están permitidas) entre el resto de elementos decorativos que adornan el arco.
La arteria principal del barrio va desde la puerta de los Udayas a las fortificaciones sobre la desembocadura del Bou Regreg. En ella se encuentra la Mezquita de Yamaa el-Atiqa, la más antigua de la ciudad, y un buen puñado de tiendas de artesanía regentadas por mujeres en las que merece la pena curiosear. Pasear por las estrechas e impolutas calles de la alcazaba es una delicia. Las casas encaladas y ribeteadas de azul contrastan con las puertas labradas de madera. Por el laberinto de calles que se extiende hacia la zona baja de la alcazaba se alcanza el Palacio de Mulay Ismail, edificado en el siglo XVII y convertido hoy en el Museo de los Udayas. El pequeño museo dedicado a las artes decorativas es quizás el más interesente para visitar en la ciudad. Junto al Palacio se extiende el agradable Jardín de los Udayas y el Café Mauré, un lugar ideal para tomar un té a la menta contemplando el río Bou Regraeg y la ciudad de Salé.
No hay que salir de la Kasbah sin visitar las fortificaciones que se alzan sobre la desembocadura del río Bou Regreg. Bajo las murallas se extiende el mejor arenal de la ciudad, abarrotado en verano por bañistas deseosos de refrescarse en las aguas del Atlántico.
Una comida típica en la Medina
Después de visitar la Kasbah de los Udayas hay que caminar hasta la gran medina de Rabat. Rodeada por 8 kilómetros de murallas que se conservan casi intactos desde que fueron construidas por los almohades, el interior es algo menos caótico y para los visitantes, mucho más tranquilo que el de las medinas del resto de ciudades imperiales, ya que no encontraréis aquí el jaleo constante de adolescentes ofreciendo sus servicios par ser vuestro guía. Las dos principales calles de la medina, donde se concentra la mayor parte del comercio, son la Rue Souika, en cuyo zoco se puede comprar casi de todo, y la Rue des Consuls, donde antaño residían los diplomáticos extranjeros y hoy se concentran los comercios de alfombras, joyas, cuero y los mejores ebanistas de la ciudad. Hora de hacer un alto en el camino y buscar un restaurante para degustar la sabrosa cocina marroquí.
La Torre Hassan y el Mausoleo de Mohammed V
Entre los fastuosos planes de Yacub al-Mansur para construir una ciudad a imagen de su grandeza, no podía faltar una enorme mezquita. Los almohades planificaron su construcción en otra pequeña atalaya sobre el río Bou Regreg. La decadencia del Imperio tras la batalla de las Navas de Tolosa dejó el templo inacabado. El terremoto de Lisboa destruyo muchos de los restos de aquella mezquita que iba a ser la más grande del mundo pero que nunca llego a terminarse. Hoy sólo se puede contemplar una explanada con los restos de las casi 200 columnas y la imponente Torre de Hassan, destinada a ser una de las torres emblemáticas del arte almohade junto con la Giralda de Sevilla y la Koutobia de Marrakech. La torre fue diseñada con una altura de 80 metros pero los trabajos de construcción se detuvieron cuando sólo había alcanzado los 44 metros.
Mohammed V dirigió, tras la independencia del país en 1956, la primera oración solemne del viernes desde la Torre Hassan. Quizás por eso, el emblemático espacio fue elegido para la construcción del Mausoleo de Mohammed V, inspirado en la arquitectura tradicional de las necrópolis reales, que hoy se yerge enfrente de la torre. En la construcción de Mausoleo en los años 60 no se escatimaron medios. Mármol para el exterior, madera de caoba y azulejos en los interiores, granito pulido para los sarcófagos, pan de oro para recubrir la cúpula…todo al servicio de la grandeza de la dinastía alauita. El edificio, custodiado por la guardia real, alberga los restos de Mohammed V, Hassan II y su hermano , el príncipe Mulay Abdallah.
El conjunto de la Torre Hassan, la explanada de las columnas y el Mausoleo de Mohammed V compone uno de los espacios preferidos por los habitantes de la ciudad para sus paseos vespertinos. Desde allí se disfruta de estupendas vistas sobre la desembocadura del río Bou Regreg.
El camino hacia la última visita que proponemos en la ciudad es el mejor momento para pasear por la ciudad nueva. Los sueños del soberano almohade Yacub al-Mansur tardaron casi 1000 años en cumplirse. La enorme ciudad que diseño sólo fue terminada de construir durante los tiempos del Protectorado Francés. Grandes avenidas llenaron los espacios existentes entre la medina y las viejas murallas almohades que marcaban los límites de la ciudad. Lo mejor es dirigirse primero por la Avenida de los Alauitas hasta la Mezquita Assounna, la más grande de la ciudad, situada en el centro de la ciudad nueva, y desde allí tomar la Avenida de Yacub al-Mansur hasta la puerta sur de la ciudad, Bab Zaer, situada justo enfrente de la Necrópolis de Chellah. Al oeste de la Avenida de Yacub al-Mansur se encuentra la moderna Mezquita al-Fas y el Palacio Real.
Atardecer en la Necrópolis de Chellah
Visitar al atardecer las ruinas de la Necrópolis de Chellah es una de las mejores experiencias en un viaje a la capital imperial. Los últimos rayos de sol y la casi nula afluencia de turistas a esas horas acentúan el carácter evocador de uno de los conjuntos arqueológicos mejor conservados de los meriníes. Después de visitar la bulliciosa Rabat uno siente especialmente el silencio del lugar, sólo roto por el crotoreo de las cigüeñas que viven en las ruinas a sus anchas.
La Necrópolis conserva todo el perímetro de sus murallas. La majestuosa puerta da acceso a un frondoso jardín. Enseguida se divisa el minarete y los restos de la Mezquita de Abu Yaqub Yusuf, el sultán de los benimerines que inició la construcción del complejo y el primero que fue enterrado en la Necrópolis a finales del siglo XIII. El minarete y el mihrab de la mezquita conservan gran parte de su decorado con azulejos. Muy cerca se encuentra el gran Mausoleo de Abu el-Hassan, conocido como Sultán Negro. Alrededor, otras pequeñas tumbas y mausoleos. Quedan, además, restos de un hamman, de una medersa y hasta un estanque de anguilas con supuestas propiedades curativas para los que se atrevan a sumergirse en sus aguas.
Por encima de las ruinas árabes han salido a la luz los restos de la antigua ciudad romana de Sala Colonia. El foro y los cimientos de algunos templos son perfectamente visibles. Entre tanta ruina y después de todo un día de ajetreo es fácil sentarse a descansar y perder el sentido del tiempo. Los gritos de los vigilantes, deseosos de cerrar, se encargarán de devolveros a la realidad.
En el siguiente mapa interactivo podrás localizar con detalle todos los lugares de los que se habla en el artículo.